sábado, 11 de octubre de 2008

LA DIGNIDAD

Gallardón ha prohibido los hombres-anuncio que pululan por la Puerta del Sol. Dice que lo hace para preservar la dignidad de la persona; él solito ha decidido en qué consiste esa cosa tan etérea que es la dignidad de cada cuál, en lugar de preservar la suya propia, que algunos opinamos que hace mucho tiempo que la tiene bastante perjudicada, a base de tragarse sapos y aguantar regañinas de uno y de otra y de dar saltitos para enganchar la zanahoria que le enseñan según les convenga en cada momento y en cada circunstancia política, para no dársela nunca. Pero él sigue ahí, de eterno aspirante a número dos, mientras se lo saltan a la torera las Sorayas y las Gospedales que son mucho más fashion.

Yo creo que cada uno sabe dónde tiene depositada su dignidad y a lo mejor esos chicos con esos seiscientos euros que ganan paseando con "un cartel sobre su espalda y otro sobre su pecho" pueden pagar su habitación a la patrona y comer caliente. Y es que dormir bajo techo y comer todos los días proporciona una cierta dignidad. Señor alcalde, ya ha dicho Pizarro que con las cosas de comer no se juega.

Curiosamente además, casi todos esos anuncios andantes son reclamos de casas de empeño, donde la gente va -generalmente de tapadillo- a entregar las joyas de la familia a cambio de unos pocos billetes que les permitan vivir algún tiempo con un mínimo de dignidad.

Los guardianes de las dignidades ajenas deberían dedicar más tiempo a mirar los problemas de la gente en lugar de quedarse en la superficie y apatrullar la ciudad limpiándola de lo que no les resulta decorativo. En cada parada de autobús, en cada esquina, en cada chirimbolo, hay hombres y mujeres anuncio, muchos con nombres y apellidos conocidos, muchos casi en cueros, sonriendo al viandante sin que parezcan muy preocupados porque peligre su dignidad. Eso sí, suelen estar buenísimos. Por no hablar de los deportistas de cualquier especialidad, que van forrados de rótulos publicitarios de la cabeza a los pies, a pesar de cobrar sueldos mareantes, primas y demás garambainas.

Esto es más complicado de lo que parece. No sé quién está facultado para decidir qué trabajos son dignos y cuáles no lo son, sobre todo cuando no se ha pasado necesidad en la puta vida. Yo, por ejemplo, no me atrevería a pedir la ilegalización de la prostitución en aras de la dignidad de las mujeres. Creo que todos somos mayorcitos -y mayorcitas- para decidir lo que queremos hacer o no. Y la mujer -o el hombre, que haberlos, haylos- que LIBREMENTE decida vender su cuerpo o su compañía a alguien es, como mínimo, tan digna como el que lo compra. No seré yo quien juzgue a uno ni a otra. Otra cosa es que no se persiga a las mafias que se dedican a la extorsión de las personas, trata de blancas que muchas veces son negras. Pero las mafias, ni los especuladores, ni los políticos o alcaldes corruptos se pasean por la Puerta del Sol con un cartel a cuestas.