
Los veo todos los días en la Puerta del Sol. Se han quedado de piedra, la vida los ha dejado de piedra. A uno se le enganchó la mirada en algún punto a su derecha y al mismo tiempo se le dibujó un rictus de escepticismo eterno, mientras extendía la mano para recoger el agua de piedra. El otro tiene los párpados entornados, cubre sus ojos con pestañas de piedra. Solo los abre para mirar un instante a quien echa una moneda en su hucha, también de piedra. Me inquieta esa otra mano, la que asoma por abajo; parece de un moribundo que se hubiera petrificado definitivamente, sin siquiera pestañear.
Hoy no estaban; hacía frío y llovía. El viento me volvía el paraguas que compré en la boca del metro, son una mierda estos paraguas de los chinos. No sé si el agua les habrá disuelto el maquillaje de arcilla. Quizá se hayan quedado en cueros, quizá la lluvia les haya colgado en los ojos lágrimas de verdad, no de piedra.
¡Alegría, alegría!