viernes, 14 de noviembre de 2008

A LA UNA MENOS VEINTE

A estas horas las personas normales están durmiendo, sobre todo si esas personas son tan jodidamente normales que se levantan a las seis y media de la mañana. Sin embargo, si una lleva siendo persona normal desde las seis y media, a estas horas le entran ganas de salirse de la normalidad y mañana, dios dirá. Supongo que dirá lo de siempre, no espero muchas sorpresas.

Y una llega a casa a las nueve y media de la noche con los deberes hechos. Ha venido la asistenta y ha dejado la ropa planchada -esta vez ha planchado tus camisas- repartida por el salón, no me apetece guardarla. Miro el correo y sí, han recibido mi prueba de corrección y parece que tiene buena pinta pero ahora tienen mucho lío y ya me dirán algo; esperaré, seguiré esperando.

Llamo por teléfono, le llamo, te llamo por teléfono. Todo está bien, tú estás con copas y yo no, todavía no. En estas condiciones no hay mucho de qué hablar. Me pongo un gin-tonic para ver Cuéntame -soy una persona normal a la que le gusta Cuéntame- con una bolsa de patatas fritas en la mano. Las patatas fritas creo que engordan un güevo; ni siquiera me pregunto por qué tengo tantas ganas de llorar. Una lata de tónica da para tres gin-tonics por lo menos.

Me doy cuenta de que se ha apagado la calefacción porque se me quedan los pies fríos. He dicho un montón de tonterías por teléfono; emprendo la excursión hasta la cama.

Mañana será otro día.