sábado, 29 de noviembre de 2008

FAMILIA

No es la mía una familia especialmente cariñosa ni expresiva; hablo de la familia en la que nací, no la que fundé luego, mucho más tarde. Más bien somos un poco cardos, parcos en efusiones y aparentemente fríos. Tal vez sea yo la más expresiva, para lo bueno y para lo malo; también he sido la única que se ha salido del tiesto, digamos, ideológico y la que ha llevado una vida más caótica en todos los aspectos. Si bien nunca hubo en mi casa escenas violentas ni gritos, sí eché de menos un poco más de calorcito, de expresión física del afecto, besos, abrazos, achuchones varios, en una palabra, tocarnos. Tengo grabada a fuego en la cabeza y en el corazón una escena -tendría yo cuatro o cinco años- de mi madre abrazando y besuqueando a mi hermana, a la que llevo tres, y yo muriéndome de celos; a punto de romper a llorar, pero tragándome las lágrimas por puro orgullo y dibujando una mueca que quería parecerse a una sonrisa. Era como si cuando se superaba la fase bebé, se acabaran los mimos de raíz.

También recuerdo, mucho después, quizá con dieciocho o veinte años, un día que había estado tomando vinos con mi chico -con el que luego me casé- y llegué a casa un poco achispada pero feliz. Ya estaban todos sentados a la mesa muy serios; yo ocupé mi sitio y proclamé -¡Os quiero mucho a todos! y me miraron como si estuviera loca. Mi hermano se aplicó a la sopa y mi padre me preguntó con una cierta guasa que si estaba borracha. Y sí, lo estaba, si no, jamás hubiera dicho tal cosa en voz alta. Quererse era algo que se daba por hecho pero nunca se verbalizaba.

Siempre me resultó más fácil hablar de mis cosas con mis amigas que con mis hermanos y la relación con ellos ha sido simplemente correcta, pero fría; salvo en situaciones tremendas, como lo de Jaime, que sí nos soltamos el pelo, no sé que extraña faja nos sujeta los sentimientos, pero es triste que haga falta un momento como ese para decirnos que nos queremos. Porque que nos queremos está fuera de toda duda, cada uno con nuestras cadaunadas; basta que alguno de nosotros tenga problemas o esté en dificultades para que nos volquemos los demás; sin embargo nos falta confianza o nos sobra yo qué sé qué, quizá orgullo, quizá vergüenza, para contarnos esos problemas. Y a veces nos enteramos a toro pasado.

Y bueno, la vida es muy corta aunque a veces se hace eterna. Y yo no quisiera llevarme al otro barrio ningún abrazo de los que tengo para dar, porque en el otro barrio, vaya usté a saber...