lunes, 18 de enero de 2010

HE ARREGLADO TU CUARTO

La niebla envolvía la carretera y el coche avanzaba a tientas por esas curvas tan conocidas, que ya se sabe de memoria el camino a tu rincón. He ido con niebla, con nieve, con lluvia torrencial, con tormentas de granizo y con el sol implacable de julio. He atravesado el mismo paisaje con muy distintos atavíos -blanco de hielo y escarcha a veces, otras estallando en verde jugoso y refrescante; también algunas sediento y resquebrajado y muchas como ayer, con ese manto vaporoso tan elegante- para acabar siempre allí arriba, con el ramo de flores a cuestas. El gitano que me las vende me regala unas pocas desde que sabe que son para ti. Antes de que terminen de abrirse las seca el calor o las hiela el frío o la lluvia las deja lacias y como tristonas, pero yo las dispongo con el mismo cuidado que si fueran a durar toda la vida; he aprendido a hacerlo muy bien en estos diecisiete años, me queda precioso, parece una tarta de nata o de fresa según el color. O de nata y fresa. Luego coloco el tiesto junto a tu nombre para que quede claro que son tuyas.

Al salir le dejo un clavel a Marcos y me voy despacio, respirando el aire del pinar. Siempre el mismo rito. Bajo a los bares y me encuentro a algún conocido: -¿Cómo tú por aquí? -Ya ves, a dar una vuelta. No les digo nada más, yo sé que comentan que estoy un poco loca. Hacerme ciento treinta kilómetros de ida y otros tantos de vuelta con esa niebla para tomar unas cañas, como si no hubiera bares en Madrid, parece demencial. Aunque también sé que les parecería igual de locura el verdadero motivo y además añadirían un punto de conmiseración: esta pobre, después de tantos años, mira que venir hasta aquí a dejar unas flores y volverse a Madrid. No lo entienden, con lo fácil que es. Seguramente piensan que voy allí a encontrarme con tu espíritu o algo así, como si tu espíritu no estuviera siempre conmigo. Voy por una cuestión estética, como cuando ordenaba tu cuarto. Me gusta que aquello esté limpio y bonito, me horrorizan las que están sucias, polvorientas, con flores resecas de siglos y aspecto de olvido.

No pretendo que nadie me entienda. A mí me gusta hacerlo y punto. Si alguien me acompaña como ayer Chines, mejor que mejor; comemos en Sigüenza charlando de mil cosas y nos volvemos. Y si no, pues sola, solateras; tampoco me importa. Acuérdate de que antes siempre iba con la abuela pero ya no puede, está muy mayor.

Tampoco lloro; o no lloro más que en otro sitio. Si estoy de llorar, lloro allí o en casa, da lo mismo. Y estos días tengo la lágrima fácil, con ese horror que me ha nacido en el alma por lo de Haití. Ya ves, mi niño, hasta para morir hay clases.