viernes, 15 de enero de 2010

LO DE HAITÍ

Esta foto, claro, es anterior al día en que Haití, harta de siglos de miseria, se suicidó. Y desde sus entrañas lanzó la muerte contra sus propios hijos para acabar de una vez con su desdicha endémica, con su hambre y su desesperación. Hasta aquí hemos llegado, parece que ha pensado la madre tierra. Ya no va más, vamos a desaparecer, a desintegrarnos en la nada y que les den por saco a los millonarios que visitan nuestras playas llevando en la cabeza una postal de palmeras y hermosas chicas bailando al son del ukelele, con los pechos al aire y una falda de cáscaras de plátano.

Y eso que ahora iban las cosas bien, el país estaba mejorando: ya sólo había un setenta por ciento de la población viviendo en la pobreza -muchos de ellos en la pobreza más extrema, sin siquiera poder comprar un puñado de arroz. Pero la tierra ha fallado en sus cálculos -como los suicidas que fingen un accidente de coche y no consiguen morir, sólo se quedan tetrapléjicos- y todavía hay millones de haitianos condenados a vivir en medio de ese horror, sitiados por los escombros que esconden la agonía de sus familiares, rodeados de muerte, acosados por las epidemias. Sin casa, sin alimentos, sin esperanza, sin futuro. En los ojos de esa niña, en ese tímido esbozo de sonrisa, todavía había futuro; en las fotos que le hagan después, si es que ha tenido la mala suerte de sobrevivir, ya no.

Pero no nos preocupemos pues, por lo visto, podría ser peor; dice Monseñor Munilla que existen males mayores que este espanto; claro que lo ha dicho "en el plano teológico", ya que el mal que sufren esos inocentes no tiene la última palabra porque Dios les promete felicidad eterna. Pues es un consuelo, al fin y al cabo la media de vida en Haití antes del terremoto estaba en los cincuenta y siete años y ahora habrá bajado sustancialmente; eso pasa en un pispás y luego ¡hala! a disfrutar por toda la eternidad. Peor es lo nuestro que estamos aquí jodidos, sin valores, sin principios, hundidos en nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción materialista de la vida; eso sí que nos llevará al infierno. Por cierto ¿el infierno no está en Haití? Yo, de verdad que estas declaraciones las quiero achacar a la descomunal torpeza del prelado; sólo a la torpeza.

La vida va a seguir igual; por mucho que Obama se ponga de coronilla, los bancos van a seguir repartiendo bonus a sus ejecutivos, aunque eso sí, tendrán que apretarse el cinturón porque esas propinas no pasarán de 69.400 euros, estamos en crisis. Y hoy los bares estarán petaos, que hay que ver cómo se ponen los viernes por la noche. Entre copa y copa quizá alguien diga: ¡qué horror lo de Haití!; pero bueno, mañana hay partido.


Creo que hay que leer la crónica de hoy de Pablo Ordaz en El País. A mí se me han saltado las lágrimas.