y unas espuelas de plata
para alcanzar a la vida
que se me escapa,
que se me escapa.
que se me escapa.
(Atahualpa Yupanqui)
Hoy es un día feliz, mamá, porque cumples noventa años.
Hoy es un día triste, mamá, porque cumples noventa años.
Así es la vida, una pura contradicción. Y tenerte aquí, entre nosotros, con esa privilegiada lucidez tuya, es un lujazo y un motivo de alegría. Pero también sé que esa privilegiada lucidez tuya no te permite disfrazar la realidad y que tu proverbial rebeldía te impide aceptar con plácido conformismo las inevitables limitaciones físicas que conllevan tus nueve décadas.
Yo sé que quieres irte porque no te gusta lo que ahora te toca. Pero también sé que quisieras galopar a lomos de ese caballo negro y dar alcance a todo lo que ya se te ha ido. A todos los que ya se te han ido. Quisieras alcanzar a la adolescente de 1936, enardecida por los ideales en los que siempre creíste, hasta ahora mismo. A la guapa, inteligente y coqueta mujer de los primeros cuarenta, adorada por el elemento masculino. A la recien casada, a la madre primeriza, incluso a la abuela joven que muchos tomaban por madre de mi hijo, tu primer nieto. A tus padres, a papá, a Nena, a Jaime. Picarías las espuelas de plata para alcanzar con el lazo a aquel chico tan listo, tan guapo, tan ingeniero que era tu hermano y que ahora no reconoces en ese anciano perdido en el alzheimer en que la vida lo ha convertido.
Y quisieras atrapar con el lazo los sueños que no llegaron a cumplirse. Pero vamos a ser serios, mamá. No hay motivo de queja. Cierto que en noventa años da tiempo a ver muchas cosas, buenas y malas, y en nuestra familia -como en casi todas- ha habido de ambas a manos llenas. Y además tú has vivido como tuyas las penas que nos correspondían a los demás en primera instancia, que hasta me entraban celos de que lloraras a Jaime tanto como yo. -Es que -recuerdo que me dijiste- mi pena es doble porque lloro por él y por ti. Por él porque le quería muchísimo y ya no le tengo y por ti porque lo peor para una madre es ver a su hija como yo te estoy viendo a ti. Me dejaste sin respuesta, tenías razón; solo que yo también lloraba por ti, era un círculo vicioso del que parecía que no saldríamos nunca. Pero, mira, salimos. Y hoy Jaime es un recuerdo dulce que nos hace sonreír a todos, a ti también.
Tienes hijos y nietos de todos los colores ideológicos, con muy diferentes maneras de vivir. Yo sé que unos te gustan más y otros menos. A mí también, mira por donde, aunque seguramente no coincidimos en las preferencias. Pero has respetado a todos con sabiduría y los años te han hecho cada vez más comprensiva -no quiero utilizar la palabra "tolerante" porque me parece de una insufrible prepotencia ¿quién es nadie para tolerar o dejar de tolerar nadie?- y por encima de las diferencias siempre has puesto el cariño y has sido capaz de meterte en las diferentes pieles de cada cual.
Hoy nos vamos a jartar de llorar, lo estoy viendo venir. Pero van a ser unas lágrimas limpias, sin dolor; hechas de emoción y de gratitud; a ti y a eso que tú llamas Dios y yo llamo simplemente la vida, que nos ha dado tanto.
Quiero, mamá, que escuches bien atenta
un soneto tal vez inoportuno,
mas si te pones un poco contenta
de mis deseos habré logrado alguno.
Si naciste en el año veintiuno
y si no me ha salido mal la cuenta
-lo he calculado desde el desayuno-
hoy, lo quieras o no, cumples noventa.
Aún mantienes el mismo poderío
que demostraste en todas tus edades
y a todos nos arrancas un gemío,
emoción en enormes cantidades
e incluso algún que otro escalofrío
por tenerte y decir ¡FELICIDADES!
(La niña de la foto es mi madre. Hoy cumple 90 años y sigue teniendo los mismos ojos.)(Soneto que le leeré hoy, en la fiesta que le hemos preparado sus hijos, nietos y bisnietos)