Es raro gritar ¡goool! en solitario,
la voz suena como algo improcedente
en medio del silencio, solo roto
por el ronco vibrar de la nevera
y ese maldito grifo
que no termina nunca de cerrarse.
Atentamente escucho el ascensor:
creo que se ha parado en el segundo
y antes pasó de largo por el quinto.
Pero me he puesto en pie como otras veces,
como otras veces he gritado ¡goool!
abrazando al vacío
y he apretado los puños como siempre.
Ahora va a resultar que no estoy muerta.
Hoy he vuelto a fumar, aquí hay partido;
aún le puedo marcar algunos goles
a esta jodía vida.
Aunque sea en el tiempo de descuento.