Sin tregua iban cayendo los agravios,
gota a gota, en el punto preciso
hasta que perforaron la materia
que la hacía mujer
o quizá, simplemente, ser humano.
La piltrafa en que estaba convertida
vagaba como un zombi sin recuerdos,
sin afanes, proyectos ni esperanza,
sin voluntad ni fuerza
ni para resistirse a la ignominia.
Supo que estaba muerta
cuando no fue capaz ni de contarlo
porque no halló palabras
que expresaran lo absurdo.
Y sobre todo el día en que las lágrimas
se le pudrieron dentro del silencio.