domingo, 11 de noviembre de 2007

CHARLAS, SILENCIOS, HUMO

La plaza de Cascorro en un sábado de otoño, vacía de los tenderetes del Rastro, es un lugar apacible y castizo donde pasear sin prisas y comerse unos caracoles charlando con Amadeo que, al mismo tiempo que nos enseña a mojar pan, nos recuerda que en la vida, a pesar de internet, la gente sigue riendo y llorando. Estas y otras cosas cuenta Amadeo a la clientela mientras vigila si se aplica a mojar pan convenientemente. La Cava Baja es un bullir de gentes inclasificables, todas con aire despreocupado como si no existieran los bancos, ni las hipotecas, ni los tipos de interés, ni la vejez, ni la política, ni el desamor. Parece que todo el mundo es moderadamente feliz, incluso muy feliz. Este puente de la Almudena los madrileños se han quedado aquí, para sacar el corazón al solecito de noviembre. Yo también tengo el alma predispuesta a recibir el calorcito que viene de fuera y a dejar salir el que me nace dentro. A ratos me duele la piel de tan sensible, con un dolor tan dulce que quizá sea una caricia. A ratos me siento tan importante que me creo que alguien ha colocado la cúpula de San Francisco el Grande recortándose contra el cielo sólo para que yo la mire.

Anochece muy temprano y las tardes son largas y lentas. Hay tiempo para hablar, para mirar hacia atrás sin nostalgia y revisar sin dolor el álbum de fotos de la vida. Y para compartir silencios descubriendo la poesía de Atahualpa Yupanqui, que me cuenta cómo la tarde arrejunta los cobres sobre los campos y cómo un jinete de sombras se lleva en ancas a esa misma tarde para vivir su romance sobre un poncho de misterio. Las letras mil veces escuchadas, suenan como nuevas en mis oídos y aunque nunca he tenido un alazán al que llorar me estremezco como si fuera mío, mientras fumo despacio jugando con el humo.

Y es que es una gran suerte que en otoño se caigan todas las hojas secas del corazón y escuchar cómo suenan al pisarlas. Es una gran suerte que se queden desnudas las ramas del alma, y en vez de morirse triste, hacer flores de las penas, como el aromo que nació en el rajón de una piedra.

Yo no sé si antes ya existía Amadeo, el de los caracoles y la filosofía, y la Cava Baja, y Atahualpa Yupanqui o si alguien los ha traído este otoño para que yo los vuelva a descubrir.