jueves, 1 de noviembre de 2007

LA SENTENCIA

Hoy es el día de todos los santos, ese que la Iglesia dedica a las buenas personas anónimos que no figuran en el santoral porque el año no tiene suficientes días para todos. Hoy hace tres años, siete meses y veinte días que esa multitud sin nombre, aumentó en ciento noventa y dos personas con nombre y apellido. No soy creyente pero creo que todos nuestros seres queridos que se han ido viven y vivirán en nuestra memoria emocional. Viven y vivirán mientras les recordemos. Por eso me gusta poner nombre y rostro a los muertos; por eso hoy, que se ha conocido la sentencia, he visitado cada una de las fotos y de las biografías de esas ciento noventa y dos personas. He visto rostros jóvenes, maduros, sonrientes, serios, de hombres, de mujeres, de niños. He leído nombres españoles, dulces nombres latinos y otros imposibles, con muchas consonantes seguidas. Y árabes, también árabes, que el horror no se anduvo con distinciones. Entre ellos, Rodrigo, que ya es un poco nuestro, de todos los blogueros porque su madre nos lo ha acercado. Mi abrazo para ella en este día.

Escuché por la radio el resumen de la sentencia del juez Gómez Bermúdez. Y traté de meterme en la piel de cada padre y cada madre, de cada hijo, de esa chica recién casada, de la novia de ese rumano que estaba aquí, trabajando de albañil, aunque era titulado universitario en su país. Qué penalidades no habrá pasado para tomar esa decisión. Quise sufrir con ellos el escalofrío de enfrentarse a los rostros fríos, impasibles, inexpresivos, robóticos de los asesinos. Sé que nunca podrá haber una condena suficiente para compensar tanto dolor. Y que es muy delgada la línea que separa el deseo de justicia del ansia de venganza. El cuerpo nos pide lo peor para ellos. Pero en mi opinión el juez Gómez Bermúdez ha hecho un gran trabajo. No sé nada de derecho pero me ha parecido una sentencia minuciosa, razonada, estricta y fría. La absurda suma de miles de años que acumulan los autores materiales sólo es un símbolo. No podrán cumplir más de cuarenta años cada uno, una minucia en la inmensidad de las vidas que robaron, del dolor inacabable que causaron y es en estos casos cuando cobran sentido los principios abstractos -tan civilizados, tan políticamente correctos, tan democráticos- del no a la pena de muerte. Es la grandeza de renunciar a la venganza. ¿Reinsertar en donde? ¿En la sociedad que quieren destruir? Creo que el fanatismo no tiene reinserción posible. Nos brota un grito de las vísceras ¡que se pudran en la carcel!

Me resisto a caer en la tentación -muy fuerte, por cierto- de decir lo que pienso de los mentirosos, de los que llevan tres años, siete meses y veinte días envenenándonos la vida sin descanso. De los medios de comunicación in-mundos que no han tenido escrúpulos en sembrar la infamia con tal de vender periódicos y de aumentar los niveles de audiencia. De los cronistas-escritores que se han forrado vendiendo basura y envileciendo el noble oficio del escritor y del periodista. De los políticos que, conscientemente, han montado una estrategia artificial, basada en la mentira prefabricada, para recuperar el gobierno. Soy muy escéptica en cuanto a que esta sentencia sirva para callarlos. Seguirán envenenando porque es mentira que quieran saber la verdad. La verdad la saben desde el mismo día once de marzo de dos mil cuatro. Lo que quieren es envenenar, sembrar la duda. Ellos sabrán por qué, allá su conciencia, que ya se ve que no es muy exigente: les permite manipular el dolor. La sentencia no los va a callar, pero espero y deseo que los callen las urnas.

Hace un día precioso en esta mañana de todos los santos. Ojalá lo disfruten todas las víctimas y sus familias. Ojalá sientan el calorcito del abrazo de sus hijos, de sus padres, de sus novios, de sus mujeres, de sus maridos. Hoy y siempre.