

Ayer saqué en internet la entrada para ir a ver a las lánguidas chicas de Modigliani, con sus talles largos y sus rostros interminables, de ojos grandes y tristes. Me ha gustado mucho la exposición; está muy bien montada cronológicamente y explica muchas cosas de su trayectoria vital y artística; además de su obra hay algunas de otros artistas con los que tuvo relación e influyeron en su arte, como Cezanne, Picasso o Toulouse-Lautrec, que siempre son un regalo. He ido sola, hay cosas que se pueden hacer muy bien sola, aunque cuando estoy metida en algo que me gusta y lo paso bien, es cuando más echo de menos a quien quiero. Ya he dicho alguna vez que para el tedio no necesito a nadie. Pero he tenido la suerte de encontrarme a Ignacio y Carlos, que estaban en la cola como dos pringaos que son, que estos chicos no se han enterado de que existen las nuevas tecnologías. Yo, muy chulita con mi entrada en el bolsillo, he pasado a la exposición y ellos se han ido a tomar vinos dejando la cultura para mejor ocasión. Pero, como hay tiempo pa tó, al salir me he unido a lo de los vinos y hemos hecho muchas risas.
Después he ido a buscar a mi madre porque soy la única hija que le queda en Madrid estos días y me la he traido a casa a comer un potaje de vigilia, a ver una película que le apetecía y a charlar de cosas de los hijos, de los suyos -entre los que me cuento- y de los míos que me tienen un poco harta. Hemos visto fotos de Jaime y de los otros cuando eran pequeños y de mis primeros tiempos de casada, cuando la vida era una reluciente madrugada, que diría Luis Alberto de Cuenca. La verdad es que la noche cayó enseguida, pero seguimos viviendo.