Es tremenda la sensación de no dar la talla en esto o en aquello. De que siempre se puede hacer más y, sin embargo, no lo hacemos. A mí me ocurre constantemente y es un agobio: que si no voy a ver a mi madre tanto como ella necesitaría, que si echo a mis hijos menos manos de las precisas, que si dejo demasiado tirado a mi chico por otras cuestiones, que si no tengo voluntad para centrarme en ese libro que tengo pendiente, que si no soy lo solidaria que debería con Haití o con cualquiera de las muchas causas que me ofrece el ancho mundo, que si me rendí demasiado pronto en la ardua tarea de sacar adelante mi matrimonio... (para el que no lo sepa, me rendí después de veinte años muy difíciles); que si he desperdiciado ciertas facultades con las que quizá me dotó la naturaleza -eso de los talentos- que me rajo de seguir con el inglés cuando llego a un nivel que me supone un mayor esfuerzo, que si no ahorro, que si no estoy cuando mis amigos me necesitan... que si no me acuerdo de preguntar por los resultados médicos de unos y de otros... Hubo un tiempo en el que hasta me sentí culpable por no haberme hundido en las profundidades de una depresión y ser capaz de reír y disfrutar un poco de la vida a pesar de lo de Jaime:
...y no quiero engañarte pero hay veces
que he llegado a reír por pequeñeces
decía en un poema que le dediqué hace muchos años. Creo que, a pesar de mi agnosticismo, se me grabó en la conciencia más de lo que yo quisiera esa cosa del valle de lágrimas. Rizando el rizo, en ocasiones me siento culpable de no sentirme culpable, y ya metida en un tirabuzón infinito me siento culpable de sentirme culpable.
Lo del valle en cuestión es muy terrible y me niego a aceptar ese destino. No sé si tengo derecho a ser medianamente feliz pero sí creo que tengo el deber de intentarlo -aunque por el camino deje algunos daños colaterales- y el sentimiento de culpa es un lastre demasiado pesado en ese empeño. A lo mejor el secreto está en ser consciente de mis limitaciones y asumir que puedo con menos de lo que creo; así, haciendo lo mismo, tendría la percepción de estar rindiendo al máximo de mis posibilidades, de que uno llega hasta donde llega, en lugar de creerme ilimitada en energía y en tiempo y, por lo tanto, quedarme siempre corta.
La culpa es una carga difícil de manejar; a veces he oído decir que sólo hay que hacer aquello que nos pida el cuerpo, que actuar de determinada manera forzado por el sentimiento de culpa o por quedar bien no sirve para nada; no sé si estoy de acuerdo. Creo que si me dejara llevar por mi cuerpo, cumpliría aún menos de lo que cumplo, porque mi cuerpo tiende a la pereza con demasiada frecuencia y me sería fácil encontrar escusas para tirarme en el sofá a mirar al techo. Pero entre eso y dejarse comer el terreno hasta la asfixia y encima sentirse mal, hay un discreto término medio.
...y no quiero engañarte pero hay veces
que he llegado a reír por pequeñeces
decía en un poema que le dediqué hace muchos años. Creo que, a pesar de mi agnosticismo, se me grabó en la conciencia más de lo que yo quisiera esa cosa del valle de lágrimas. Rizando el rizo, en ocasiones me siento culpable de no sentirme culpable, y ya metida en un tirabuzón infinito me siento culpable de sentirme culpable.
Lo del valle en cuestión es muy terrible y me niego a aceptar ese destino. No sé si tengo derecho a ser medianamente feliz pero sí creo que tengo el deber de intentarlo -aunque por el camino deje algunos daños colaterales- y el sentimiento de culpa es un lastre demasiado pesado en ese empeño. A lo mejor el secreto está en ser consciente de mis limitaciones y asumir que puedo con menos de lo que creo; así, haciendo lo mismo, tendría la percepción de estar rindiendo al máximo de mis posibilidades, de que uno llega hasta donde llega, en lugar de creerme ilimitada en energía y en tiempo y, por lo tanto, quedarme siempre corta.
La culpa es una carga difícil de manejar; a veces he oído decir que sólo hay que hacer aquello que nos pida el cuerpo, que actuar de determinada manera forzado por el sentimiento de culpa o por quedar bien no sirve para nada; no sé si estoy de acuerdo. Creo que si me dejara llevar por mi cuerpo, cumpliría aún menos de lo que cumplo, porque mi cuerpo tiende a la pereza con demasiada frecuencia y me sería fácil encontrar escusas para tirarme en el sofá a mirar al techo. Pero entre eso y dejarse comer el terreno hasta la asfixia y encima sentirse mal, hay un discreto término medio.
Es una pena que nos hayan metido publicidad en goear, pero yo me niego a ponerla en mi blog.