-que no es un juego- es algo
parecido en principio
al placer solitario.(Jaime Gil de Biedma)
No pretendo ser la repelenta niña Vicenta ni una maestra Ciruela de la cosa, pero sin ánimo de sentar cátedra, sí quiero explicar lo que para mí es la poesía y mi reverencia por tan sublime arte. Voy a intentarlo apoyándome en algunas estrofas de este poema de Gil de Biedma que, como saben los que me conocen, es uno de mis poetas preferidos.
Lo de "poesía eres tú" suena muy bien pero no es cierto. Poesía es lo que el poeta es capaz de expresar sobre tí -o sobre cualquier otro objeto- de tal manera que provoque en el lector algún tipo de emoción. Nótese que no me refiero a lo que el poeta sea capaz de sentir sino de expresar. Quiero decir que la poesía es el lenguaje que explica una emoción, no la emoción en sí misma. Quiero decir que la poesía no es el sentimiento, sino la herramienta para expresarlo. Despojado el concepto de cualquier tipo de sensiblería tirando a cursi como la inspiración, las musas y demás zarandajas, queda el simple hecho de que la poesía es un modo de trabajar con las palabras. Un modo, eso sí, capaz de despertar una emoción. Es cierto que los estados de ánimo exaltados, como el enamoramiento, el desamor, la tristeza cualquiera sea su causa o incluso la euforia, provocan una predisposición a "hacer" poesía, digamos que "dan ideas" al poeta. Pero eso no es suficiente. Una vez plasmada la idea sobre el papel o sobre la pantalla del ordenador -para que no se pierda cuando pase el instante que la ha producido- es necesario distanciarse de ella y trabajarla con el mimo de un orfebre de la palabra para dotarla de la profundidad y al mismo tiempo de la claridad y de la magia que consiga sacudir al lector. Cuando se empieza a escribir poesía -que casi siempre coincide con un momento de especial emotividad- el aprendiz de poeta suele dar por hecho que sus sentimientos son universales y, por lo tanto, suficientes para que el posible lector se identifique de inmediato con sus versos; sin embargo eso no es tan fácil. Para provocar en el lector esa sacudida emocional es necesario que se vea reflejado en el poema o al menos en un verso -a veces un solo verso es el que hace el milagro. El lector quiere reconocerse en un poema, no hurgar en la vida privada del autor, y para conseguir ese propósito hay que escribir de forma que el texto tenga un carácter objetivo en lugar de subjetivo, que sea extrapolable a las emociones del lector. En fin -y perdón por la manera de señalar- que no sea una masturbación sino un acto de amor entre el autor y el lector.
Luego está la tan traída y llevada técnica, que hay quien niega que sea necesaria e incluso quien abomina de ella por considerarla artificiosa y falta de espontaneidad. Gil de Biedma dice en el mismo poema:
Aprender a pensar
en renglones contados
-y no en los sentimientos
con que nos exaltábamos-
tratar con el idioma
como si fuera mágico
es un buen ejercicio
que llega a emborracharnos.
Supongo que en esto hay gustos y opiniones diversas; la mía, modestamente, es que la métrica y el ritmo -aparte del contenido, por supuesto- dotan al verso de la magia imprescindible. Aparte de que la métrica con frecuencia obliga a economizar palabras y eso casi siempre va en beneficio del poema, porque una cosa es ser claro y otra no dejar nada a la intuición del lector, con frases explicativas que tienen muy poco de poéticas.
Luego está el instrumento
en su punto afinado
la mejor poesía
es el Verbo hecho tango.
Lo que importa explicar
es la vida, los rasgos
de su filantropia,
las noches de sus sábados.
Y yo añado que las noches de los sábados hay que explicarlas en un lenguaje cotidiano e incluso doméstico. Que las palabras rebuscadas, altisonantes y pretenciosas visten el poema de cursilería y por querer ser original se cae en el más común de los lugares.
Y a pesar de que el juego de hacer versos acabe pareciéndose al vicio solitario, hay que intentar jugarlo con el lector y ganarle la partida. Hay que intentar enamorarle y eso nunca ha sido fácil.