Algunos días, algunos años, una no tiene cuerpo para nada. Ni para trabajar ni para holgar, ni para comer ni para ayunar; algunos días, algunos años, a una le importa un bledo que gobiernen los socialistas o que regrese el mismísimo Franco redivivo y ni siquiera se le revuelven los higadillos viendo a Rajoy en la tele. Una se vuelve insolidaria y pasa de las guerras y de los huracanas y de los terremotos del Perú. No existe una novela tan apasionante como para perder el tiempo entre sus páginas, ni es capaz de atender a las imágenes -y mucho menos de escuchar los diálogos- de ninguna película; ocurre que en esos días, en esos años, el único argumento es su propia vida. En esos días, en esos años, una sólo necesita un paquete de tabaco rubio y un gin-tonic, o dos, si no van muy cargados. Y que vengan a casa gentes como Billie Holliday llorando por su hombre o Ray Charles pensando en Georgia. Y que suene el Summertime de Sarah Vaughn una vez...y otra...y otra más. Entonces ya no hay que hacer nada, sólo cerrar los ojos y dejar que la imaginación invente su propia película. Siempre resulta mucho más gratificante que la realidad, en la imaginación la luna no está tan alta como canta Ella Fitzgerald, casi se puede tocar si se pone un poco de interés. Y no es azul, se ponga como se ponga Billie; es rosa, que la he visto yo.
Me voy a ir a la cama porque esto es demasiado para mi body. ¿Pues no me viene ahora Louis Armstrong con que hace falta un beso para construir un sueño? ¡Nos ha jodido, así cualquiera!.