miércoles, 22 de agosto de 2007

EL SENTIDO COMÚN

Si George Bush hubiera sido un hombre sensato, no habría invadido Irak en aquel mes de marzo de hace cuatro años y nos habría privado del bonito espectáculo que venimos disfrutando desde entonces; el pueblo iraquí se lo habría agradecido, aún a costa de seguir soportando a Sadam. Y es que a veces es peor el remedio que la enfermedad. No tiene nada que ver con esto, pero si Paul Gauguin hubiera tenido un poco de sentido común, nunca habría abandonado su vida burguesa de exitoso agente de cambio, nunca se habría marchado a Tahití y nos habría privado de cientos de maravillosos cuadros de mujeres exóticas y colores imposibles. Y es que a veces la enfermedad del alma es mucho más creativa que la salud de la mente.

Todos estos circunloquios me siguen dejando con la duda de si hay que hacer caso siempre al sentido común o si es saludable permitirse alguna locura, aunque ponga en riesgo la confortable mediocridad en la que muchos estamos instalados. Seguramente depende de lo que se pierda; o del valor que se dé a lo que se puede ganar. Pero sólo el hecho de pararse a tomar resuello y preguntarse estas cosas, demuestra un sentido común paralizante. Algo me dice que, con demasiada frecuencia, al miedo le llamamos sensatez.

Es cierto que Paul Gauguin murió alcoholizado, sólo, arruinado y enfermo y, para colmo, vilipendiado por la sociedad bienpensante, pero yo quiero pensar que era feliz cuando pintó esos cuadros y que esos momentos de felicidad no los habría alcanzado nunca si no hubiera cometido una locura.

Mario Benedetti nos tiene dicho que No te quedes inmóvil al borde del camino, no congeles el júbilo, no quieras con desgana, no te salves ahora ni nunca; no te salves. No te llenes de calma, no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo, no dejes caer los párpados pesados como juicios, no te quedes sin labios, no te duermas sin sueño, no te pienses sin sangre, no te juzgues sin tiempo. Pero si pese a todo, no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas, entonces no te quedes conmigo.

Queda muy poco tiempo, la vida es muy corta aunque a veces se hace eterna. Una amiga mía dice lo mismo que Benedetti pero de otra manera. Dice que a estas edades ser demasiado sensato es la mayor insensatez.