Ayer supe que en el librillo de papel de fumar de Delibes ya había salido la hoja roja y esta mañana, cuando me estaba poniendo el café, como siempre medio dormida, he oído en la radio la noticia: acababa de morir Miguel Delibes, uno de los grandes, de los más grandes escritores en lengua castellana, y tan castellana. Yo, que soy muy mayor, recuerdo allá por el paleolítico, ver a mi padre -que ahora tendría su misma edad- liar cigarrillos con papel de fumar; a mi padre nunca le salió la hoja roja porque se pasó antes al Chester, pero se murió de todas formas.
Miguel Delibes es uno de los principales culpables de mi adicción a la lectura y, lo que es peor, de mi pretensión de escribir y la frustración que me produce saber que este oficio hay que practicarlo aspirando a la excelencia, esa excelencia que sólo consiguen unos pocos elegidos como él, que, aunque su castellano viejo incurriera en el laísmo, podía permitirse ese lujo y hasta hacernos dudar de lo que es correcto.
Pero no es sólo su manejo de la lengua castellana lo que me sobrecoge, sino, sobre todo, su capacidad de transformismo, esa condición camaleónica que le permite reencarnarse en cada uno de sus protagonistas, ser al mismo tiempo el jubilado D. Eloy y Desi, su criadita adolescente; Daniel "El Mochuelo" y la Mariuca-uca, Azarías y Paco, el candoroso homicida Pacífico Pérez de Las guerras de nuestros antepasados o Carmen, la viuda burguesa que se pasó cinco horas frente al ataud de su difunto contándole todo lo que no le había dicho en vida, por citar sólo una pequeña muestra de los irrepetibles personajes que nos ha dejado. Imagino a todos ellos, turnándose para portar a hombros su féretro hasta el Olimpo de los dioses de las letras, mientras Azarías agita la mano musitando ...milana bonita....
Yo tenía diez años cuando publicó esa pequeña obra maestra llamada La hoja roja, y algo más, quizá quince, cuando mi madre me la dió para leer. Desde entonces -y ya ha llovido- viene mi dependencia de Delibes, estar esperando como agua de mayo la aparición de una nueva obra suya; la combinación de ternura -sin caer en la sensiblería de alguna otra novela de argumento parecido que no quiero nombrar- y pragmatismo que destilan esas pocas páginas nos acerca a la grandeza, no ya del escritor, sino sobre todo del hombre que ha sido capaz de escribirlas. Me dejó tal huella que la volví a leer cuando ya se me habían echado los años encima y esta vez la disfruté más si cabe. La saborée en toda su enjundia, que queda de manifiesto en la frase que pronuncia D. Eloy cuando pide en matrimonio a Desi: Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.
Miguel Delibes es uno de los principales culpables de mi adicción a la lectura y, lo que es peor, de mi pretensión de escribir y la frustración que me produce saber que este oficio hay que practicarlo aspirando a la excelencia, esa excelencia que sólo consiguen unos pocos elegidos como él, que, aunque su castellano viejo incurriera en el laísmo, podía permitirse ese lujo y hasta hacernos dudar de lo que es correcto.
Pero no es sólo su manejo de la lengua castellana lo que me sobrecoge, sino, sobre todo, su capacidad de transformismo, esa condición camaleónica que le permite reencarnarse en cada uno de sus protagonistas, ser al mismo tiempo el jubilado D. Eloy y Desi, su criadita adolescente; Daniel "El Mochuelo" y la Mariuca-uca, Azarías y Paco, el candoroso homicida Pacífico Pérez de Las guerras de nuestros antepasados o Carmen, la viuda burguesa que se pasó cinco horas frente al ataud de su difunto contándole todo lo que no le había dicho en vida, por citar sólo una pequeña muestra de los irrepetibles personajes que nos ha dejado. Imagino a todos ellos, turnándose para portar a hombros su féretro hasta el Olimpo de los dioses de las letras, mientras Azarías agita la mano musitando ...milana bonita....
Yo tenía diez años cuando publicó esa pequeña obra maestra llamada La hoja roja, y algo más, quizá quince, cuando mi madre me la dió para leer. Desde entonces -y ya ha llovido- viene mi dependencia de Delibes, estar esperando como agua de mayo la aparición de una nueva obra suya; la combinación de ternura -sin caer en la sensiblería de alguna otra novela de argumento parecido que no quiero nombrar- y pragmatismo que destilan esas pocas páginas nos acerca a la grandeza, no ya del escritor, sino sobre todo del hombre que ha sido capaz de escribirlas. Me dejó tal huella que la volví a leer cuando ya se me habían echado los años encima y esta vez la disfruté más si cabe. La saborée en toda su enjundia, que queda de manifiesto en la frase que pronuncia D. Eloy cuando pide en matrimonio a Desi: Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar.