jueves, 14 de mayo de 2009

VIRUS, HERPESVIRUS, RETROVIRUS

Sólo el título de la tesis ya encierra el planteamiento, nudo y desenlace de la obra; se llama "HERPESVIRUS HUMANO 6 Y EFECTIVIDAD CLÍNICA DEL TRATAMIENTO CON INTERFERÓN BETA 1b EN PACIENTES CON ESCLEROSIS MÚLTIPLE EN BROTES", así, simplemente; y es un tocho de tres centímetros de espesor, tapas azules con letras plateadas y multitud de gráficos y extensa literatura donde, por lo visto, se explica con pelos y señales las reacciones del herpesvirus ese ante el tratamiento antedicho. Marta, muy tranquila y con mucho aplomo, ha hecho una exposición que a mí, desde mi ignorancia y desde mi incontestable parcialidad, me ha parecido brillante aunque no he entendido absolutamente nada. Luego los miembros y miembras, que diría doña Bibiana -en este caso, tres miembras contando a la presidenta y dos miembros- la han sometido durante una hora y sin atisbo de piedad a un cruel interrogatorio sobre virus, herpesvirus, retrovirus, prevalencia, reacciones en suero, reacciones en sangre, segmentos de población por paises, por sexos, por edades, en fin, la leche. Y mi niña ha salido airosa de todas las trampas sin despeinarse y sin descomponer el gesto; disertando sobre todos esos conceptos incomprensibles con la misma naturalidad que si hablara de una receta de cocina. Uno de ellos, por buscar defectos, se ha metido hasta con temas lingüisticos y la ha recriminado que haya utilizado el verbo "testar" para referirse a realizar un test, que testar es hacer testamento. Pues bien, desde aquí quiero recomendar a ese señor tan listo que mire el diccionario de la RAE y verá que la segunda acepción de la palabra "testar" es Someter a test a una persona o cosa para comprobar sus conocimientos o sus propiedades y calidad. Según esa definición, él ha testado a Marta con verdadera saña. Pocos errores ha debido encontrar el erudito para meterse en esa gilipollez.

Cuando ha terminado la tortura de las preguntas, la presidenta ha invitado al público a abandonar la sala para que el tribunal deliberara. Y al cabo de un cuarto de hora nos han vuelto a llamar. Hemos ocupado nuestras butacas y el tribunal se ha puesto de pie. Los espectadores le hemos imitado para escuchar el veredicto con la solemnidad pertinente. Entonces la presidenta lo ha dicho: consideraban que era una tesis magnífica y le otorgaban la más alta calificación: SOBRESALIENTE CUM LAUDE.

Perdonadme las babas. Mi niña pequeña,
aquella que nació en el coche, ya es doctora en biología.

martes, 12 de mayo de 2009

VIVIR

Siempre me sorprende el instinto de supervivencia en muchas personas para las que el mundo es un lugar inhóspito y cruel y a las que la vida trata con dureza extrema, ya sea en el aspecto material, en el emocional o en ambos. Yo, que me considero moderadamente afortunada y que soy consciente de todos mis privilegios, confieso que hay veces, muchas veces, que tiraría la toalla y que contemplo la muerte como una tabla de salvación o como una especie de balneario de reposo. Por eso me fascina que el ser humano –sobre todo, el más desfavorecido- se revuelva tanto contra la adversidad y luche a brazo partido para ganar una batalla, cuya improbable victoria sabe que no acarreará un cambio profundo en su vida sino, acaso, la oportunidad de continuar para siempre en esta lucha sin cuartel. Igual me asombra el terror que suscita una lejana amenaza, como por ejemplo ahora la gripe porcina, en gentes que no parecen tener motivo alguno para aferrarse a la vida, que se sienten inmensamente desdichadas, solas, inadaptadas, desasistidas y abandonadas por el mundo; gentes sin amigos, sin amor, sin familia, sin siquiera recuerdos reconfortantes y que, sin embargo, la idea de la muerte les produce un pánico insuperable.

Quizá sea la creencia de que mientras hay vida, hay esperanza, esperanza en otra oportunidad, lo que les ata a la existencia o quizá el miedo a lo desconocido, a lo que pueda haber al otro lado. Porque ni siquiera la promesa católica de una felicidad sin límites en un cielo eterno y en presencia de Dios, resulta demasiado tentadora, ya que ni a los más píos les seduce la idea de la muerte; como mucho, cuando es inevitable, la aceptan y la ofrecen a Dios como el sacrificio supremo. Tal vez no se acaban de fiar o tal vez la eternidad les resulte demasiado larga, incluso en el cielo; es que es mucho, la eternidad. Más seductor parece el paraíso islámico, a juzgar por la cantidad de voluntarios dispuestos a inmolarse, puede que engatusados por la quimera de un harén de bellísimas huríes dedicadas en exclusiva a colmar de placeres sus sentidos.

Pero son los menos; la mayoría prefiere siempre el infierno conocido a todos los inciertos paraisos que prometen las religiones, aunque este infierno obligue a jugarse a diario esa vida tan apreciada. Y, por supuesto, la mayoría prefiere este infierno a la nada absoluta de los no creyentes. Algunos, en su afán de trascendencia, se agarran a la reencarnación -cualquier cosa, antes de aceptar la desaparición definitiva- pero tampoco convence, porque vaya usted a saber en quién o en qué nos reencarnamos, una lotería.

Y es que, no sé; esto es lo que hay y es lo único que tenemos.

jueves, 7 de mayo de 2009

Y YO, QUE QUERÍA SER RUBIA

Cuando era pequeña quería ser rubia pero la naturaleza me dotó con un pelo negro zaíno que brillaba mucho al sol; también quería cantar muy bien y ser bailarina, sin embargo siempre tuve un oído siniestro incapaz de reproducir la más sencilla armonía y, cuando intentaba bailar el rock, mis piernas y brazos se trababan en unos nudos imposibles y acababa rodando por la pista. Me acuerdo que me encerraba en el cuarto de baño y, mirándome en el espejo, me imaginaba que mi melena negra se volvía dorada de repente y mis ojos se ponían azul turquesa y cantaba y bailaba como Marisol. Yo creo que quería ser Marisol; luego, mucho más tarde, me he enterado de que Marisol no quería ser Marisol sino Pepa Flores, lo que son las cosas.

Ahora ya no quiero ser rubia y en cambio los peluqueros siempre insisten en quitarme este negro zaíno, que me hace muy dura, dicen. Y yo digo que mejor, que a alguien engañaré. Lo malo es que en cuanto me descuido me salen las raíces blancas y asoma la abuela que llevo dentro. Porque ocurre que hoy, 7 de mayo, cumplo sesenta tacos de almanaque.

Y la verdad, no sé muy bien cómo tomármelo. Porque ahora, cuando me miro en el espejo, veo a aquella niña que quería ser rubia y también veo a aquella adolescente tímida, enamoradiza y frágil que quería ser escritora, aunque no fuera rubia. Y veo a la novia del chico más guapo de la pandilla, del más ligón, del más ingeniero y del que mejor cantaba. Veo a aquella chica, poca cosa, que besaba por donde él pisaba y que intentaba ser la que él quería que fuera. En el espejo se sobreponen, una tras otra, las imágenes de todas las mujeres que fui y me pregunto si la que soy ahora guardará todavía algo de aquellas. Porque también aparece la recién casada de veintidós años, niña bien del barrio de Salamanca, que dejó una familia como debe ser y se fue a un monte perdido en las Islas Canarias para emprender la aventura de la vida. Era el año 71 y en aquel monte reseco y polvoriento, con casas desperdigadas aquí y allá, todavía estaban esperando que entraran los nacionales; allí no podía ponerme los modelitos que me había hecho una modista carísima de la calle de Ayala y mi única amiga era la Susita, una vieja desgreñada que me asustó una mañana cuando la vi obsrvándome al otro lado de la ventana, como la bruja de Blancanieves, y la invité a café porque algo me dijo que mejor sería hacerse amiga suya. Desde aquel monte reseco y polvoriento escribía cartas a mi madre diciéndole que vivía en un vergel y que me despertaban los cantos de los pájaros; mientras tanto él trabajaba sin tregua ni descanso en aquella presa inverosímil que algún día se llenaría sólo con agua de lluvia y con las escorrentías que bajaran de más arriba, y anegaría las casitas del valle. Por la noche se asomaba a la ventana a ver si se movía la grúa. En aquel monte reseco y polvoriento, la niña del barrio de Salamanca enseguida vió crecer su vientre y ya no era sólo la Susita su compañía, también hablaba con su niño, al que desde entonces empezó a querer tanto.

En el espejo aparece una madre joven e ilusionada pero también asustada y sola, que quería seguir siendo hija un poco más de tiempo. Y lo que llegó poco después, todo lo que me vino tan grande, tan inesperado, tan absurdo. La perplejidad, las preguntas. E improvisar la vida cada día y vivir a trompicones; salir de cada paso como podía, sin tiempo, sin sabiduría. Me pilló la vida por la espalda. El espejo se empaña un poco con las lágrimas, pero ya no me acuerdo del motivo.

En mis arrugas se esconde todo aquello; y tres o cuatro amores importantes; y tres hijos más. Y Jaime, que se fue. Pero, alrededor de los ojos, también tengo unas arrugas pequeñitas que me han salido de tanto reírme.

Hoy cumplo sesenta años y soy la que soy por todo aquello. Creo que no voy a operarme las arrugas.
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domingo, 3 de mayo de 2009

2 DE MAYO EN EL BERNABEU

Recuerdo una vez, hace algunos años, una noche que el Real Madrid había ganado algo importante, no sé si era la liga o la novena copa de Europa, que nos fuimos a Cibeles tocando alegremente el claxon por la carretera de La Coruña, pi, pi, pipipi, entre otros muchos coches que sacaban banderas blancas por la ventanilla. Uno de aquellos conductores, contestó muy serio a nuestros pitidos que menos fútbol y más leer, como si fuera incompatible. -A mí no me interesa el fútbol, yo leo, nos espetó con infinito desprecio, seguramente era un intelectual. Los que no son futboleros no pueden entender ni la euforia desatada ni la desolación colectiva que se desparramaba por las calles de Madrid este 2 de mayo en el que la carga de los mamelucos nos laminó en el Bernabeu. Los que somos futboleros tampoco lo entendemos ni lo podemos racionalizar. No tiene ningún sentido que una victoria nos haga olvidar -aunque sólo sea por un rato- las angustias y los problemas de cada uno ni que una derrota tan aplastante como la de anoche nos hunda en un pozo de amargura, afortunadamente, también por un rato. -Sólo es un partido, repetimos como un mantra tratando de conjurar nuestra tristeza y nuestra rabia. Y es que esto del fútbol es un vehículo para canalizar las pasiones, sobre todo los más bajas; hasta el punto de que no sé qué nos produce más placer, si la victoria de los nuestros o el hecho de que los rivales muerdan el polvo. Sólo hace falta escuchar con un poco de atención los gritos de las hinchadas ganadoras, que en un altísimo porcentaje están más dirigidos a humillar al contrario que a ensalzar al vencedor. Esto es así, e intentar imbuir de racionalidad al forofo es perder el tiempo, entre otras cosas porque se desvanecería gran parte de su esencia, que consiste básicamente en joder al adversario.

Cuando esta mañana he bajado a comprar el pan a una tienda de mi barrio, el tendero ha despedido a un parroquiano diciéndole con un punto de mala leche: -adios, hombre, que te lo pases hoy mejor que anoche. Y, bueno, así es la cosa.

Siendo políticamente correcta -o correcta a secas- no me queda otra que felicitar a los culés, aunque me ha brotado un sarpullido de envidia en lo peor de mi misma y estos picores sólo se me aliviarán si el Chelsea los elimina de la Champions.

Pues eso, que enhorabuena al Barça y a esperar tiempos mejores, que llegarán tarde o temprano. Por lo menos no marcó Eto'o, hubiera sido demasiado.

No voy a colgar el himno del Barça que sería lo suyo, porque no soy masoquista. Así que entonemos el "Gracias a la vida" que, a pesar de todo, nos ha dado tanto.

domingo, 26 de abril de 2009

TU RISA

¡Muchas felicidades, mi niño! Veinticinco años ya y casi diecisiete sin tí o, mejor dicho, contigo en el recuerdo siempre, todo el rato. Cuando estoy contenta y cuando estoy triste, cuando me duermo y cuando me despierto, cuando salgo de casa y cuando entro, cuando estoy sola y cuando tengo compañía. Siempre. Espero que me oigas cuando te hablo y cuando te pido cosas para todos; para que, desde donde tú estés, nos eches una mano: a tu abuela, que está muy mayor y te quiere tanto -sigue diciendo que tiene doce nietos- a tu hermano, que ahora tiene problemas -no sé si ahí os llega la puta crisis esta, pero aquí ya tenemos más de cuatro millones de parados- a Ana que está muy cansada con los gemelos -son dos soles, pero la agotan y se estresa mucho cuando están malos, con el trabajo y eso- a Marta, que dentro de unos días leerá su tesis y está atacada. A papá, que ya sabes. Y a mí también un poquito. Y otras cosas que no te puedo decir por, bueno, porque no puedo, pero que tú ya las sabes. ¡Ah! y a Fer que pasado mañana también cumple veinticinco años; si has leído el blog, ya sabrás que se ha ido al Líbano a no se qué misión de paz. Ahí estáis en el columpio, los dos juntos como siempre, sólo unos días antes de aquello, parece mentira con esa cara que tienes. Ese cordoncito rojo que llevas por pulsera en la mano derecha, lo llevé yo durante muchos años hasta que se rompió. No me lo quitaba nunca, ni para ducharme; ahora está guardado en una caja que tengo con otras cosas tuyas.

Por lo demás, mi niño, pocas cosas. Visto lo visto, no me quejo de cómo me trata la vida últimamente. La liga, pues eso, que el Barça está intratable y parece que va a ganar todo este año. Yo no le deseo mal a nadie, pero en fin, un esguince a Iniesta -qué máquina de jugar al fútbol-, una tripotera a Messi, nada grave, sólo algo que les quitara de en medio estas últimas jornadas, a ver si...

Pues que te quiero, mi niño. Y que no me quites tu risa.

viernes, 24 de abril de 2009

PEAJES

Y estas ganas que me entran por la noche de hacer cosas. Son las doce y media y a estas horas ya no pienso en entrevistas de trabajo, ni en resultados de análisis, ni en nietos que se ponen malos, ni en hijas que no duermen, ni en madre que le duelen cosas, ni en la cuenta corriente. A estas horas ya no suenan los teléfonos y de alguna forma mi cuerpo se defiende de la realidad y se va por otros mundos. Creo que tengo sueño, me he levantado a las seis y media esta mañana, pero no me voy a la cama porque mi yo verdadero -que diría Aguamarga- reclama su parte, su tiempo, necesita respirar, necesita verse, existir y, seguramente, es la única forma de abordar el día de mañana.

Dejo que bailen los dedos sobre el teclado sin saber muy bien a qué letra dirigirlos, si a la f de felicidad o a la d de dolor o la m de miedo. Quizá esta última sea la que mejor defina esta hora de silencio, cuando sólo oigo el eco de términos médicos incomprensibles y amenazantes. Quizá "Los abrazos rotos" no sea tan mala como me ha parecido, he parado el DVD, me aburría enormemente. Pero igual era yo, que no me he metido en la película, que en realidad me importaban un bledo las andanzas de unos personajes con una vida tan vulgar como la de cualquiera, aunque se calce los zapatos rojos de tacón alto.

El miedo e intentar arrancar a la vida una sonrisa; el miedo e inventarse una noche loca de música y gin-tonic. El miedo y este rato de placer en soledad, el miedo y el regocijo del amor. Siempre está ahí, para aguar la fiesta mayor de los sentidos. Porque el pasado no nos vacuna contra el presente ni contra el futuro y los dolores antiguos no evitan los presentes ni los que puedan venir. -Yo ya he pagado mi cuota, mi peaje por transitar por este jodío mundo; ahora me espera una vía rápida y tranquila, sin curvas peligrosas, sin badenes ni desniveles que no dejan ver lo que hay al otro lado. Pero no, nos esperan más peajes imposibles de esquivar, que no sabemos donde están. Se trata de conseguir que el miedo no nos atenace el alma, no nos paralice la risa, que no nos dejemos robar la cartera de los buenos ratos y sepamos dividir esta puta vida en compartimentos estancos, de manera que cada uno de ellos no derrame su contenido y contamine a los otros. Y cuando toque sufrir, pues a sufrir y a entregarnos a tope, pero cuando toque gozar, pues también a tope, sellando cualquier rendija que permita filtrarse las aguas turbias del dolor. No es fácil, pero se puede conseguir.

martes, 21 de abril de 2009

5 DE COPAS

No ocurre muy a menudo pero de vez en cuando a una se le pone el cuerpo golfo y no encuentra la hora de acabar; la noche entra por los poros, los sentidos se disparan y todo se vuelve humo y música y gin-tonic, como si no existiera nada más, ni la edad, ni el dinero, ni la familia, ni los principios. Empezó tranquilo, con algo de Eric Clapton -Do you like Eric Clapton? Sí, claro que me gustaba Eric Clapton. El local vacío, nos fuimos a arroparle al otro lado del falso piano de cola. -Your voice is better than that of Eric Clapton, chapurreé como pude. -Pero tengo menos dinero, chapurreó como pudo frotándose el pulgar y el índice. Aplaudíamos mucho y decíamos ¡bravo! muy fuerte para llenar aquel local tan grande los dos solos.

El mulato que vino después tenía gafas y una voz profunda hablando, pero cuando se puso a cantar le salió una voz maricona que aburría a las ovejas y movía el culo sin mucha convicción. -Cómo esto siga así pago y nos vamos; yo rezaba a todos los santos del blues para que se animara la cosa, porque ya iba por la segunda copa y aquello iba a ser como un coitus interruptus, quiero decir que el cuerpo me pedía guerra, era como empezar y no rematar. Miré para atrás y sólo ví a cuatro guiris desteñidos y una puta muy elegante pero también muy triste en la barra, bebiéndose su soledad con mucho, mucho hielo.

Pero como todo se acaba -en la vida hay que tener paciencia y, sobre todo, esperanza- el mulato terminó su número a duras penas, ayudado por la buena voluntad y los solos de piano de nuestro Eric, además del acompañamiento enlatado de batería y entonces llegó una Aretha Franklin -blanca, eso sí- que guardaba mucha voz, mucha vida y mucha marcha entre sus generosas carnes. Las enloquecidas notas de Respect recorrían el salón y el personal las esnifaba con entusiasmo. Al cantar lucía una sonrisa tan grande que le invadía el cuerpo entero y su contoneo, qué cosa más rara, me trajo el recuerdo de un negro en pantalón corto que había visto por la mañana, patinando en el paseo marítimo, que movía unas piernas perfectamente paralelas a derecha y a izquierda, con mucho más estilo que el mulato de antes, dónde va a parar, y sin música ni nada. Estaba bueno el negro, para qué lo vamos a negar. Pedí otra copa.

A esas alturas de la noche el Joy se había llenado pero la puta de la barra seguía sin vender un colín y a mí se me partía el corazón, que es que no hay derecho, será cosa de la crisis o algo. En cambio otras dos, no sé si profesionales o amateures, no paraban de bailotear una con la otra -alguien sugirió que era un rollo bollo- moviendo con mucho oficio los pectorales. -Me van a liar, dijo el que antes dijo... y de pronto tenía una colgada de cada brazo y yo acordándome del negro de la playa como una gilipollas. La cuarta copa fue de puro cabreo, también on the rocks, obviamente.

Menos mal que llegó un Chuck Berry con unos ciento veinte años a la espalda y blanco -a esas horas me daba lo mismo que hubiera sido chino- pero con mucha entrega y muchas tablas y los pies de mi alma trazaban todos los pasos y movimientos del rock and roll que siempre envidié y nunca supe bailar.

Por no sé qué misteriosa reacción química, cuanto más bebía mejor sonaba la música, aquello no tenía fin. Alguien debería estudiar este fenómeno. Cayeron cinco y al día siguiente ni siquiera me dolía la cabeza.

sábado, 11 de abril de 2009

PUNTOS Y COMAS

Hay autores cuya lectura provoca en mí una esquizofrenia; me divido entre el asombro y el placer que me produce la literatura químicamente pura y la frustración de saber con absoluta certeza que nunca seré capaz de escribir. Eso me ocurre, por ejemplo, con Cortázar, al que una especie de masoquismo me empuja a releer una y otra vez y siempre descubro algo que se me había escapado en ocasiones anteriores. Leo cosas como "Antepongo minuciosamente las palabras a la realidad que pretenden describirme, me escudo en consideraciones y sospechas que no son más que una estúpida dialéctica" y me veo retratada en mi ridícula pretensión de escribir. Me digo dónde vas con tus puntos y tus comas y tus puntos y comas, todo tan colocadito en su sitio, intentando evitar rimas internas o repeticiones y buscando sinónimos, cuando la vida es un puro desorden, un caos inacabable que se repite eternamente y casi nada está colocado en su sitio. Siempre que hago un repaso a este blog, aparte de revivir hechos o momentos personales o colectivos que ya son como flores marchitas prensadas entre las páginas de un libro, me quedo con la sensación de que las palabras se atascaron en algún recoveco del pensamiento, enfajadas en la corrección, en la gramática o en la sintaxis y no transmitieron ni la décima parte de lo que quería decir o transmitieron otra cosa completamente distinta.

Una quisiera coger las palabras con las manos, amasarlas, revolverlas, mezclarlas como un guiso, doblarlas sobre sí mismas hasta el infinito y conseguir que aparezca una pajarita de papel diminuta que eche a volar y se pierda en el agujero negro de los sueños, o un plato agridulce con sabor a ternura, a dolor, a risa, a descontrol, a alcohol, a deseo absurdo e irracional, a ilusión, a me quiero morir, a quiero vivir. Palabras que puedan abrazar o golpear en el centro mismo de la cosa esa que es la vida de cada uno. Buscar -y encontrar-
un adjetivo inspirado y posesivo que te arañe el corazón. Palabras como música de bolero que junta los cuerpos intentando juntar las almas, palabras de tango desgarrado que esconde el propio llanto en el llanto prefabricado de un culebrón. Una quisiera que sus palabras brotaran como notas de música del saxo de Charlie Parker que, como la vida, no la entiende ni dios, pero engancha quién sabe por qué.

La vida no tiene puntos ni comas ni punto y coma ni puntos seguidos ni puntos y aparte; o los tiene en un lugar absurdo, que no viene a cuento porque la frase todavía debía continuar. La vida no se detiene nunca aunque a veces quisiéramos pararla, no te vayas de aquí, tenemos toda la vida. Pero no tenemos toda la vida, tenemos sólo hasta el siguiente punto y aparte, en el que habrá que volver a empezar desde cero. Y otra vez inventar una nueva frase, un párrafo potente que no contenga repeticiones ni rimas internas y que, al mismo tiempo, mantenga el interés del argumento.

lunes, 6 de abril de 2009

ADIOS A FER

La noche del 27 al 28 de abril de 1984 yo estaba en una habitación de hospital recuperándome del parto de Jaime, que había nacido la tarde del 26. Mi madre estaba conmigo, tratando de dormir en la cama del acompañante. Cuando mi padre llamó al hospital para que la avisaran de que su hija estaba de parto, la telefonista seguramente pensó que que falta de coordinación existía en esa familia y le contestó que su nieto ya había nacido, que la señora estaba con la madre en la habitación y que sí, que la madre y el niño estaban bien. -No, es que es otro, contestó mi padre. -Otra hija está a punto de dar a luz. Cuento esto para dejar claro que Jaime y Fer fueron dos primos hermanos unidos desde el momento de nacer; ese verano mi hermana y yo, después de bañar a los niños, sacábamos al jardín los dos cochecitos, juntos en alguna sombra; comparábamos sus progresos, debo decir que con ventaja de Jaime que, mientras Fer remoloneaba con su biberón, él devoraba el suyo en un pispás hasta que sonaba el ruidillo de sorber en el vacío, con gran envidia de mi hermana. Las comparaciones siempre fueron inevitables: cuál de los dos empezaba antes a andar, cuál chapurreaba mejor las primeras palabras, cuál era más malo. Los niños crecieron juntos y compartieron todo tipo de diabluras, la mayoría de ellas tengo para mí que se fraguaban en la mente de Jaime, Fer siempre fue muy formal.

No sé cómo se hubiera desarrollado esta amistad si la muerte no se hubiese interpuesto entre ellos; yo, a través de Fer, he visto al Jaime adolescente y al Jaime estudiante y al Jaime en edad de elegir carrera o de enamorarse. Quiero creer que, aunque sus maneras de ver la vida hubieran sido distintas, siempre habrían conservado esa especial unión que les marcó desde el nacimiento. Nunca he podido -y, seguramente, tampoco he querido- separarlos en mi mente y en todas las reuniones de primos, en todas las fotos a lo largo de estos diecisiete años siempre veo la sombra de Jaime junto a la presencia real de Fer. Se me escapa cómo pudo vivir un niño de ocho años la desaparición de su amigo del alma, cómo pudo afrontar el absurdo de la muerte de su compañero de fatigas a una edad en la que no existe la idea de la muerte.

La vida de Jaime se detuvo una madrugada de 1992 y Fer siguió aquí; cumplió nueve años, luego diez, luego once... así hasta los veinticinco que está a punto de cumplir y yo siempre me he forjado la imaginaria vida de Jaime junto a la de Fer; aunque sé que no hubieran sido iguales, cuando le veo en Sigüenza coger la bici e irse a tragar kilómetros por esas carreteras y por esos montes veo a Jaime pedaleando a su lado. O volver en noches de fiestas después del encierro, con alguna copa de más.

Fer se hizo militar, Jaime quién sabe lo que hubiera sido, no tuvo tiempo de decidir. Ahora Fer se va a una de esas misiones de las tropas españolas en el extranjero que muchos no tenemos muy claro qué pintamos en ellas. En este caso es al Líbano, donde por lo visto, hay una situación de "tensa calma" y nuestros soldados, según palabras del discurso de despedida que pronunció un General llamado José Ignacio Medina, "deben extremar las medidas de seguridad".

No imagino a Jaime militar, pero espero que su sombra acompañe a su primo por esos mundos y le proteja de todos los peligros.


sábado, 4 de abril de 2009

RUTINA

Abril ha entrado hace cuatro días y va deprisa, los árboles de mi calle están cada mañana un poco más frondosos, ya casi tapan las casas de enfrente. A mí sin embargo, me invade una apatía blanda para ponerme a escribir. Estos días pasados, entre operaciones, paros y demás angustias, me han dejado para el arrastre.

Dice la sabiduría popular que la rutina acaba con el amor y que, por lo tanto, hay que estar continuamente inventando nuevas emociones, como si la vida de su natural no nos regalara ya las suficientes. Pero una está un poco cansada tras muchos años de sobresaltos y quizá lo que ahora le pide el cuerpo es el refugio de lo previsible, el confortable rincón de la rutina; sobre todo porque las infalibles leyes de Murphy dicen que no hay situación que no pueda ir a peor. De manera que casi entono la vieja letanía de virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

Además, teniendo en cuenta que la rutina ocupa un gran porcentaje de nuestro tiempo, lo inteligente sería acoplarnos a ella e intentar que fuera lo más placentera posible. Se trata básicamente, de ser o de estar como cada uno sea o esté en cada momento, no sé si me explico. Quiero decir que no se puede estar tirando fuegos artificiales continuamente ni inventándose risas siendo la vida como es. Quiero decir que cuando toca llorar, toca llorar y la gente necesita poder estar cómodamente triste y preocuparse relajadamente, aunque parezca una contradicción.

Y seguramente, las risas y el buen rollo, como la primavera y como las oscuras golondrinas, volverán solos a colgar sus nidos en mi balcón -lo malo es que no tengo balcón- si tenemos un poco de paciencia y un sillón confortable donde esperarlos.